Y si hablamos de ese mundo desconocido llamado LAS MAMIS...
Con la llegada de un
niño a la familia, no sé bien la razón, se multiplican los miles de consejos u
opiniones de gente cercana y no tan cercana, que con todo su buen haber buscan
facilitarte la vida. No voy a entrar a detallar algunas de las cosas que te
llegan a sugerir o la contraposición entre unas y otras porque no es momento de hablar de ello pero... todo se andará.
En este caso, me llama la atención, como nadie y digo
NADIE, te menciona esa jungla urbana a la que debes hacer frente cuando tu hijo
comienza a relacionarse con otros niños, los días de colegio, las
extra-escolares o los cumpleaños ofrecen una variedad de caras y nombres nuevos,
y comienzas a plantearte si todavía estás a tiempo de estudiar Relaciones Diplomáticas.
¡¡¡VIVAN
LAS RELACIONES DIPLOMÁTICAS!!!
Por suerte o por desgracia, el que tu hijo se haga mayor
y con ello, conocer otros niños, supone que tú, sí, TÚ, debes relacionarte con
otras mamás y papás... y es cuando entras de lleno en un safari urbano o el mal
llamado "grupos de mamis" —no sé muy bien la razón por la que siempre
somos mayoría las féminas. Habrá que realizar un estudio sobre ello.
Es en estas ocasiones cuando la mamá novata —esa eres tú—
descubre que los documentales de la Dos han cruzado la pantalla de la
televisión, para asentarse en el parque de juegos o en la puerta de los coles toda
clase de «animales salvajes». No sé si recomendar que os pongáis una armadura
tipo me resbala todo o un escudo
invisible a lo Iron Man —no sé en realidad si este súper héroe tendrá uno de
estos instrumentos #FacilítameLaVida pero como tiene un montón de chismes,
puede que sí— para lidiar con esos grupos donde por obligación o gusto, te
tocará convivir algunos añitos —hasta
que tu hijo te diga: Mamá, quédate en casa que yo he quedado con mis amigos.
Pero volvamos al momento parque.
Nada más llegar, te posicionas en un lugar estratégico.
Sola... —tu hijo ya se ha marchado a jugar con los otros niños, dejándote sola
ante el peligro—. Sin prismáticos que puedan ayudarte a saber a qué grupo es
mejor acercarse o alejarse —OJO, diseñadores del mundo: si los prismáticos los hubiera
de lunares o con raya diplomática podría ser un gran complemento de vestuario—.
Miras a un lado y a otro con disimulo, buscando una cara amiga pero no la
hallas. Es en ese momento cuando decides sacar el móvil y así disimular mientras
las diversas opciones bailan en tu cabeza: confraternizar con el resto de las
mamis o quedarse en una esquina, vigilando a tu niño, a salvo...
Miras con disimulo para un lado y observas uno de los
corrillos, donde un grupo heterogéneo de mujeres asienten embobadas a las
palabras de una de ellas que, por lo que supones, debe ser el líder. Deducción
no muy complicada cuando casi todas las allí presentes llevan el mismo corte de
pelo de esta, acompañado de ese tinte entre rubio y castaño que tanto se luce a
una determinada edad, y las vestimentas no se alejan de unas a otras.
Estás ante la manada de
leonas.
Dos metros a la derecha de ellas, observas una segunda opción
de compañía por la que tampoco te sientes muy atraída. Entre risas y risas, se
arremolinan entre ellas, cotilleando la última novedad o criticando el nuevo
corte de pelo de su vecina. Ese grupo de mujeres que siguen creyendo que tienen
veinte años y que tontean con cualquier animal que les mueva el rabo.
Son las hienas, casi en
extinción pero las pocas que hay se hacen notar.
Tu interés por congeniar con ellas decae a pasos
agigantados cuando observas como la risa de la mayoría del grupo se parece más
a la de un papagayo que a la de un ser humano.
Quizás una buena opción sería
sentarse en el banco más cercano al parque. Desde el que podrías vigilar a tu
hijo sin llamar mucho la atención, buscando la compañía de un grupo tan
reducido como el que está sentado en él ahora mismo, pendiente de su progenie.
Avanzas un par de pasos, con intención de ocupar el único reducto de madera libre que queda, cuando una mamá salta a gran velocidad por encima de ti y se sienta en el que iba a ser tu sitio. Todas se saludan con una tímida sonrisa y devuelven su atención hacia los niños que juegan en el parque, sin compartir ninguna palabra más.
Tus pasos se detienen y decides que es mejor retroceder
hasta el lugar en el que te encontrabas porque convertirte en avestruz no es lo
que te apetece ahora mismo.
Para morirse de
aburrimiento mejor quedarse sola.
El interés por tu viejo móvil vuelve a acrecentarse y
piensas que quizás, aunque no quieres que tu hijo te vea todo el día colgada a
ese artefacto, lo de whatsappear con
tu amiga del alma pueda ser una buena opción, aunque la desilusión por
encontrar esa mami gemela, que pueda acompañarte a lo largo del crecimiento de
tu hijo, se asiente en tu corazón.
Te resignas a esa nueva vida cuando un HOLA te sorprende.
Miras al lado derecho y ahí te encuentras a otra mamá que está sola, como tú,
que te sonríe y con la que comienzas a hablar.
La vida avanza y con ello la
evolución del ser humano —oye, qué bonito me ha quedado esto.
Puede que esa sea la señal.
Puede que tu nueva amiga y tú
terminéis originando una nueva manada y la jungla te dé la bienvenida.
Puede que ese sea el
comienzo de una gran amistad.
Nos leemos.
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